.manchild, 2018
won't you let an innocent woman be?
Estas fotos son del verano de 2018 en la zona de huerta en Murcia que creo haber mencionado en otra newsletter. En esa época estaba obsesionada con el universo de David Lynch, al que había descubierto un par de años antes. Pensé que sería divertido teñirme el pelo de rosa melocotón, así que antes de que se me pasara la idea, fui a la peluquería a que me cortaran y decoloraran el pelo. Previo a coloreármelo, disfruté unos días de ese lustroso rubio (casi) platino y un perfecto bob; aproveché, claro, para hacerme una sesión de fotos al más puro estilo bimbo femme fatale. Quise traer por un momento ese universo bizarro americano Lynchiano a una Murcia huertana.
Las fotos me las hizo Paula un día de vacaciones (porque ahí, en la universidad, todavía existía ese concepto de “vacaciones de verano” de junio a septiembre). No sé cómo la arrastré a esto bajo los treinta y pico grados de nuestra querida ciudad natal, a la una de la tarde (la hora perfecta para la luz que quería, todo por el arte), sin una sola sombra a la vista. No es como si hubiera tenido que insistir. Recuerdo que no me eché ni una sola gota de crema solar (válgame Dios !!!!). Me pasó factura, claro. Estuve varios días sobreviviendo a base de duchas frías, aftersun, camisetas de manga corta y buenas sombras. Como la camiseta dejaba un pequeño triángulo de piel a la vista bajo el esternón, se quedó la perfecta marca triangular y roja. El sol me dejó un sello Illuminati.
Desde hacía tiempo pensaba en la sesión, me imaginaba perfectamente esa figura femenina con una maleta y un cuchillo de carnicero (lo encontré por mi casa y supe que tenía que hacer algo con él) bajo el sol, tranquila, satisfecha. La falda es la primera prenda de segunda mano que me he comprado en mi vida, tres años antes de esto. Y los zapatos son los que compré para mi graduación de segundo de bachiller, la segunda y última vez que los he usado. La maleta esa siempre me encantó. Dejamos de usarla porque era poco práctica con las opciones que hay ahora, pero seguimos usando la versión pequeña con ruedas de ese mismo diseño, nuestra maletita de zapatos para los viajes en coche por el norte de España. Recuerdo que mis padres la colocaban sobre la cama o en el suelo del apartahotel a nuestra llegada y cada uno sacaba las bolsas de plástico —siempre de algún comercio de barrio o de un supermercado— donde tuviera guardados sus zapatos: normalmente unas chanclas y unas deportivas (o bambos, como los llamábamos).
El otro día, revisando mis carpetas de fotos para elegir la siguiente a subir, me hizo gracia encontrar esta sesión.
Mi relación con esas oh estrellas del pop del momento siempre ha sido errática. Tengo mis fases. De pequeña una parte importante de mi vida fue Hannah Montana y, por ende, Miley Cyrus. Ya en la ESO estuve bastante enganchada a Lady Gaga —Rocío y yo pusimos el primer disco en bucle durante todo un verano—, me acuerdo que hablé de ella en una presentación para inglés. También estuve tonteando un poco con Katy Perry (Pearl es perfecta) y, a ratos, más por la influencia de mi hermana que otra cosa, con Rihanna o Britney Spears. Pero ninguna me caló como Lady Gaga, a quien estuve escuchando activamente durante bastantes años. Ya más tarde, en bachiller, me obsesioné con Marina and the Diamonds, había algo en su figura de diva del pop picaresca que me divertía, me atraía y me entristecía a partes iguales. Tenía un perfecto equilibrio entre delicadeza y lo que Reme diría: pedazo de tía. Luego también vinieron otras como una breve etapa de Ariana Grande o el guilty pleasure de escuchar a Taylor Swift —una artista que me da cringe y a la vez no puedo evitar escuchar sin parar de vez en cuando— cuando sacó 1989.
Haré ahora una elipsis al día de hoy, 2025. Yo no estaba muy al tanto de lo que se estaba haciendo ahora en ese sentido. No que no conociera nombres como el de Dua Lipa o Sabrina Carpenter, pero no les prestaba demasiada atención, más allá de engancharme a algún single que Rocío pusiera a todo volumen varias veces al día. Justo cuando me reencontré con estas fotos, eso era lo que había pasado con Manchild de Sabrina Carpenter. Cuando salió el videoclip se me olvidó verlo a pesar de la insistencia de mi hermana, pero este agosto estuvimos juntas en casa de mis padres y finalmente caí. A raíz de esta me fui escuchando otras canciones pasadas y, sobre todo, me enganché muchísimo al nuevo disco —con eso, también me metí en el universo de Chappell Roan en The Rise and Fall of a Midwest Princess—. De pronto, reconecté con el imaginario de diva del pop, algo que ya sentía muy alejado de mí, y había algo en escuchar a estas mujeres que me hacía sentir bien, segura, coquette y brava.
Reconocí al escuchar a Sabrina una sensación parecida a la que ya había tenido en mi adolescencia con Marina and the Diamonds: me envolvía un universo en el que me gustaba estar y, a pesar de que esas letras de desamores no tienen mucho que ver conmigo, había algo que simplemente hacía click. Melodías nostálgicas, ritmos pegadizos y unas letras ingeniosas que, detrás de los innuendos sexuales y las rimas infantiles, muestran la fragilidad que siempre quieren que ocultemos. En el feminismo woke se intenta mostrar a la mujer como una superhumana capaz de todo, que nunca se derrumba, que es excelsa en toda tarea que se le lance, que nunca comete errores. Pero aquí llegan estas mujeres a decirnos una y otra vez que son un desastre, porque todos lo somos, y se ríen descaradamente de sus dudosas decisiones (Oh, I like my boys playing hard to get, and I like my men all incompetent), de sus comportamientos absurdos (I'm so mature, collected and sensible, except when I get hit with rejection) y de sus pensamientos más controvertidos (You know I just might let you lock me down tonight, one of me is cute, but two though?).
Yo no iba a escribir sobre nada de esto. Solo me hizo gracia viciarme a Manchild y justo reencontrarme con esta sesión, parecía casi una señal. Pero el otro día vi el análisis de Man’s Best Friend que hizo TheNeedleDrop (no tengo nada es su contra, me gustan sus análisis) y, de pronto, todos estos pensamientos que nunca me había planteado me vinieron a la mente como una riada. Me hizo gracia lo poco que entendió este buen hombre el disco. Me daba igual si le gustaba o no, o si desde su posición de entendido de la música (yo soy una cateta musical) podía renegar de la producción. Todo esto es totalmente legítimo —hasta hace un telediario me la sudaba por completo Sabrina—. De hecho, lo que me molestaba no era que diera su interpretación de las canciones, lo cual es, también, legítimo. Yo tampoco tengo claro cuál es su juego, hasta qué punto Sabrina hace statements plenamente conscientes o si solo le gusta hacer rabiar con un humor absurdo y deliberadamente polémico. Lo que me hizo cuestionarle fue la manera en la que comentaba las letras con esa total convicción de “saberse” en lo cierto, de no dejar margen a la duda, a la interpretación; de decidir que ese, su pensamiento al respecto, era el único e incuestionable. Creo que instantáneamente me gustó muchísimo más el disco solo como un gesto de rebeldía ante esas ideas: «ah, por esto necesitamos divas del pop» fue lo que me vino a la mente.
El momento en que el vídeo dejó de tener sentido para mí fue cuando Anthony (así se llama TheNeedleDrop), hablando de Manchild —la primera canción del disco—, dice al respecto de esta broma autocrítica tan evidente:
Oh, I like my boys playing hard to get, and I like my men all incompetent.
And I swear they choose me
I'm not choosing them
Amen
Hey men!
“Sabrina writes in a bridge that basically absolves her of any responsability here”.
¿Qué?
Leí los comentarios para ver si alguien estaba pensando lo mismo que yo, y evidentemente sí.
Conforme avanza el vídeo esto no hizo más que empeorar, pero no seré pesada, solo dejo otro de sus pensamientos respecto a la segunda canción del álbum “Tears”:
I get wet at the thought of you
Being a responsible guy
Treating me like you're supposed to do
Tears run down my thighs
“You seemingly have Sabrina here unironically singing that her panties get so wet they become a waterfall over her partner doing what is essentially the bare minimum. And nowhere in this song does she acknowledge just how depressingly low these standards that are being set are”.
¿No es eso exactamente lo que está haciendo Sabrina en esta canción? ¿Cantar (muy irónicamente) sobre cómo se humedece ante el pensamiento de que un hombre se comporte como un ser humano? Riéndose de sí misma por haber elogiado actitudes que deberían ser básicas. Usando la analogía de las lágrimas como una manera de añadir un guiño a esa tristeza. Poniendo ejemplos cada vez más absurdos para dar a entender “how depressingly low these standards that are being set are”.
Obviamente, es solo mi interpretación, tal vez porque es la que me interesa hacer. Pero al menos yo sí le doy el beneficio de la duda.
En cualquier caso, qué más me da, me lo paso genial escuchando a Sabrina y a Chappell y a Marina y que Dios me perdone a Taylor Swift, me dan una energía que me encanta y las escucho en mi habitación y canto sus letras con mis amigas y mis hermanas y lo adoro.
Disclaimer de .nostalgia: En cada post de la serie .nostalgia hay imágenes junto a un texto que narrará mis recuerdos sobre la imagen del siguiente post que suba. De tal manera que cuando leáis el texto, imaginéis una imagen que no existe, y cuando veáis la foto correspondiente, recordéis un pasado que nunca habéis vivido.1










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